La crisis migratoria en la UE

Las costas de la Unión Europea viven una tragedia humanitaria, pero no una crisis migratoria, como lo denomina Bruselas. Este año 44.370 personas han atravesado la Mediterránea, de la ribera sur estando, en busca de refugio y una vida nueva. Una cifra muy menor que estos últimos tres años: 172.301 (2017), 362.753 (2016) y 1.015.078 (2015). La llegada del 0,0086% de la población a la UE no puede ser, de cabeza de las maneras, una crisis migratoria. De crisis sólo hay una y es política.

La UE ha permitido que la Mediterránea, en palabras de Òscar Camps, se haya convertido en la frontera más mortífera de la tierra. Sólo este año han muerto 972 a nuestras aguas, según la Organización Internacional por la Migración (OIM). Aun así, las ONG que trabajan a mar advierten que la cifra puede ser mucho más alta porque hay barcas que se hunden y no se localizan nunca. Mil muertos en seis meses tienen un nombre: tragedia humanitaria.

Obsesión por la inmigración

Bruselas vive obsesionada con la inmigración. El presidente del Consejo de Europa, Donald Tusk, pía casi cada día sobre esta cuestión. Bien, él lo denomina ‘inmigración ilegal’. Pero sin ofrecer soluciones reales al problema. ¿Por qué? Muy sencillo, la UE quiere erradicar el problema, no resolverlo.

Hace tres años de las imágenes de miles de personas llegando a Grecia, atravesando los Balcanes y andando por las autopistas húngaras para llegar en Austria y Alemania. Aun así, la respuesta continúa siendo la misma: construir vallas, reforzar las medidas de seguridad y externalizar las fronteras. Improvisación y muchas trabas. Cuando los estados se han encontrado obligados a cooperar para gestionar la migración, el resultado ha sido patético.

El 2015, cuando la situación era mucho más urgente que ahora, los veintiocho se dieron dos años para acoger 160.000 personas. Una cifra exigua, teniendo en cuenta el momento, pero al menos era un compromiso. Dos años más tarde, sólo el 20% habían tenido acogida. El procedimiento fue marcado por la burocracia, la ineficacia y, sobre todo, la carencia de voluntad. Polonia y Hungría no ofrecieron refugio a nadie. El estado español solamente a un 12% de los comprometidos.

El viraje de las rutas migratorias

El 2015, en el momento de máxima llegada de migrantes, la ruta de los Balcanes occidentales era la más recorrida. Aun así, cuando Austria y Hungría empezaron a cerrar las fronteras causaron un efecto en cadena que llegó hasta Grecia. Macedonia selló su frontera con una doble valla y las islas y la península griegas se convirtieron en un gran campo de refugiados. Las mafias empezaron a buscar rutas alternativas hacia la UE. El corredor central del Mediterráneo aconteció otra vez el principal.

El pacto entre la UE y Turquía implicó el cierre casi completo de la vía balcánica. Aun así, sus consecuencias todavía se hacen notar. Las fronteras son llenas de vallas, alambrada espinosa y campos malgirbats donde malviven miles de personas. Sid, Bihać y Velika Kladuša son algunos.

Entre el 2016 y el 2017, Libia ha sido la gran plataforma para hacer el salto hacia Europa. Centenares de kilómetros de mar para llegar a Malta, Lampedusa, Sicilia o Calabria. Una ruta mucho más peligrosa. Y, a pesar de caer el número de llegadas, a la Mediterránea hay muerto más gente que nunca.